De aquel octubre lejano en que me decidí a empezar el huerto a hoy mayo, he aprendido un par de cosas al respecto de sembrar.
1. Usar un cautín para las perforaciones (no un taladro).
Eso de usar un taladro era demasiado peligroso y complicado, muy panterarosesco, muy esperando un accidente en cualquier momento jajaja. Así que aplaudo la sugerencia (gracias Mariano, si acaso estás ahí leyendo esto) porque me ha ahorrado mucho tiempo y lo hace todo más fácil.
2. No sembrar directamente en la botella, sino en una bolsa plástica como en los viveros.
No sólo es importante para evitar contaminar la tierra con los posibles desprendimientos tóxicos del PET al exponerse a altas temperaturas (digamos un día muy muy soleado y caluroso), también resultó importante para evitar que la tierra húmeda generara un ecosistema mohoso en las paredes de las botellas.
La última vez que sembré probé hacerlo directamente en la botella, y el resultado fueron botellas enmohecidas. No sé exactamente por qué pasa entre la botella y la tierra y no entre la bolsa plástica negra y la tierra, pero pasa.
Así que... lección aprendida: siempre usar una bolsa negra que contenga la tierra para evitar el moho (
qué bonita palabra esa de mo-ho jaja)
3. La idea de cubrir la botella con una red para evitar el acceso de los insectos era buena, pero lamentablemente no es muy efectiva. He dejado de hacerlo.
La malla mosquitero limita el espacio de la planta al interior de la botella, y la mayor parte de las plantas que he sembrado buscan expandirse, así que he tenido que quitar la malla para darle espacio a las plantas.
Sin embargo, sospecho que quizá en invierno funcionó bien para aislar un poco el frío y proteger las semillas o las plantas. No está probado pero lo sospecho jajaja.
4. Proteger las plantas de la excesiva radiación solar de la ciudad con una malla-sombra.
Frecuentemente en la Ciudad de México hay alertas por la excesiva radiación solar, esto también afecta a las plantas. El riego no podía compensar el clima seco y el sol directo, y las plantas se achicopalaban a diario. Afortunadamente la Fundación Morón vino al rescate donando unos metros de malla-sombra que protegen a las plantas del sol más extremo, el de medio día.
Los beneficios se vieron reflejados inmediatamente en las lechugas, quienes pudieron lidiar con el clima seco de la ciudad en la sombra, manteniendo
el 95% de agua que, dicen, contienen sus hojas.